miércoles, 26 de diciembre de 2018

OPINION: Dos inteligencias superiores y el aumento de nuestros peligros


Por Marino Vinicio Castillo

Esta es la última entrega de La Pregunta de este año ’18 y habrán podido observar sus lectores cómo en la penúltima precedente inserté algunos párrafos de la autobiografía del expresidente norteamericano Bill Clinton, que titulara Mi Vida. 

Buscaba explicarme algunas de las vertientes más sensibles de los peligros padecidos por nuestra supervivencia como Estado. Mi empeño ha sido detectar la magnitud y densidad del afecto admirativo de un Jefe de Estado tan poderoso y colegír la necesaria parcialidad que guiaría a sus decisiones y determinaciones.

Consideré así utilizar sus propias revelaciones, entregadas en sus Memorias, sin sentirme en necesidad de acotarlas, refutarlas o interpretarlas, pues se explican por sí solas. Todo resulta muy obvio y está brillantemente escrito como para servir de prueba contundente de que en la hora de asumir posiciones en ese nivel de tanta importancia, el viejo plan del Estado Binacional recibiría un fortalecimiento decisivo. “Un tiro de gracia”, diría el gracejo popular.

Y fue un peligro no solapable, sino esencial, que luego se recreció, aún más, cuando después de dejar de ser presidente, tan solo unos años después, pasó a ser un representante personal de otro presidente que lo invistiera de facultades implícitas de Alto Comisionado en Haití, a fin de que monitoreara y controlara su conflictividad permanente, que en los últimos años ha alcanzado agudizaciones colosales. Sin olvidar la enorme desgracia de un terremoto.

Ese otro presidente norteamericano, no menos brillante, Barak Obama, en Lima, Perú, pronunció un discurso de cierre en una actividad importante como la Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Asia – Pacífico (APEC), con un mensaje muy conmovedor, dándole seguridades a “sus hermanos de Haití”, del sagrado compromiso de Estados Unidos que no le fallaría en su solidaridad y rescate.

Quiero decir con todo ésto que nuestra suerte parecía quedar atada y sellada para el infortunio de desaparecer, en un tiempo que coincidía con aquellos espectaculares ensayos de la Primavera Árabe, para el norte de África y la Geopolítica de entonces lucía como un fenómeno dominante e imbatible, capaz de liberar pueblos, fabricar Estados y transformar naciones, sin atender con detenimiento las implicaciones religiosas, porque todo se hacía en pos del “desarrollo democrático”.

Se podría decir que nosotros estábamos alojados en un quirófano de dimensiones inusitadas, aguardando entre el sueño expresado en Lima por Obama y el interés acentuado de Clinton, que coincidían en ese tipo de apreciación, a saber: salvar a Haití aunque se hundiera la República Dominicana. Como si se dijeran: “Vamos a hacer un Estado mixto muy aventurado a ver qué resulta a la larga que, al menos, nos alivie de sus dramáticas migraciones.”

Fue por todo ello que me decidí a leer en la oportunidad debida el voluminoso libro de Clinton, buscando en él alguna explicación razonable acerca de esos nuevos peligros que venían a sumarse a nuestra desgracia de Estado bajo asedio, víctima de una campaña atroz de descrédito mundial. 

En verdad, cuando lo hacía estaba bajo la enorme conmoción de haber comprobado algo que jamás se había orquestado como descalificación tan extensa e injusta en perjuicio de la República Dominicana bajo la acusación de ser culpable de mantener lo que han llegado a llamar “un Apartheid del Caribe”.

No es ocioso precisar que aquello ocurría cuando la Organización de Naciones Unidas (ONU) estaba a la mitad de camino de su fracaso en el vecino Estado Fallido de Haití, cumpliendo un mandato destinado a “asegurar y preservar su paz”, gravemente perturbada por sucesos políticos tremendos.

El contexto se había tornado en una inminente experiencia de Geopolítica inimaginable y se advertía el propósito de igualar al Este con el Oeste de la isla de Santo Domingo, asumiendo que hay ineptitudes gemelas para poder hacer el buen gobierno. Desde fuera se pudo llegar a tener la visión de que se trataba de un conflicto tribal que eventualmente podría hacer recordar a Ruanda y su sangrienta matanza entre Hutus y Tutsis y su millón de vidas destrozadas en las barbas mismas de la inerte Organización de las Naciones Unidas.

Los actores internacionales que aparecían a la cabeza de los fementidos esfuerzos para buscar soluciones a esa conflictiva situación de tan siniestro diseño eran ONU y OEA, como organismos multilaterales.

De su parte, Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá aparecían como las naciones más interesadas de Occidente, claro está, contando con la participación de múltiples sectores de poder, de todo género, entre ellos la Nación del Islam, cuyo liderato originario, el Dr. Louis Farrakhan, mantuvo relaciones estupendas con el presidente Obama, antes de la tragedia de su muerte, desde los tiempos de su brillante paso por el Senado de los Estados Unidos.

Como se puede advertir, todos esos factores de gran poder no desperdiciaban la coyuntura tan propicia que le ofreciera la perpetua “facción traidora” de nuestra patria, de la cual nos había prevenido la clarividencia gloriosa de Duarte. 

Sin embargo, es bueno consignar que no me quedé sólo en las apreciaciones anteriores, sino que también señalé la participación de otro actor en la tragedia que goza ya de un poder de tal magnitud que se le reputa como un virtual Estado paralelo; que sabe obrar en forma insidiosa e implícita en cuantas cosas sean ventajosas para el auge de sus riquezas, como lo es el Crimen Organizado.

Fue así como durante toda aquella mortificante etapa de nuestra desgracia pude llegar a saber cuánta era la importancia de las actitudes íntimas de los dos presidentes norteamericanos, uno, Obama, que investía al otro, Clinton, ambos sensiblemente atentos y empeñados en echar hacia adelante el esperpento del Estado Binacional.

Fue de esa curiosidad por saber el papel de Bill Clinton en todo aquello que surgió mi decisión de transcribir de su autobiografía “Mi vida” algunos de sus párrafos puntuales. En efecto, aprendí mucho del porqué de su predilección por Haití y de su escaso interés en comprender el drama nuestro. 

Es por todo ello que en la entrega última de La Pregunta de este año ha sido invitada su autobiografía, ésto sin dejar de repetir que dentro de las mil ciento catorce páginas de su volumen en once de ellas aparecen menciones cruciales y significativas de Haití. En cambio, en el único párrafo en que se hiciera mención de nosotros sólo se reservaron palabras compasivas sobre la no videncia de Balaguer, aunque le reconocía una mente activa todavía, sin destacar el esfuerzo que él había hecho por establecer los cuatro campamentos de diecinueve mil refugiados cada uno, que le fueran rechazados con mucha dignidad por aquel anciano ciego.

Para el presidente Clinton, y así se transcribió en La Pregunta precedente, los consejos del expresidente Carter, el Senador Noon y el General Powell de que no invadiera a Haití para reponer a Aristide como su presidente, fueron desoídos. Que su decisión era profundamente impopular y de poca aceptación en su Congreso y que aún así él se impuso y produjo la invasión, la cual consideró de este modo en su autobiografía: “Pág. 713: Como los acontecimientos posteriores demostraron, había algo de razón en sus afirmaciones”. (Se refería a sus Comisionados desoídos).


Es increíble que una inteligencia superior como la suya se empecinara en reponer a aquel personaje, por muy alta que fuera su estima. Y voy a darle apoyo transcribiendo algo de la obra memorable, “El G9 de las Mafias del Mundo”, cuyo autor fuera largos años Jefe de la Inteligencia Criminal de Francia, Jean-Francois Gayraud, que en su Introducción apunta con acierto lo siguiente:

“En febrero de 2004, Jean-Bertrand Aristide, primer presidente de Haití elegido democráticamente, huye del país a causa del estallido conjugado de una rebelión armada y de las presiones de la comunidad inter­nacional. ¿Cómo analizar este acontecimiento político? ¿Fue una victoria sencilla y simpática de una oposición cansada de los métodos dictatoriales de un presidente elegido en las urnas? La res­puesta es negativa. En realidad, Jean-Bertrand Aristide había con­vertido Haití en un narco-Estado, y, por su parte, los rebeldes también tenían fuertes intereses en el tráfico de cocaína proce­dente de los carteles colombianos. ¿Qué buscaban los sublevados, la libertad, o el reparto de la renta criminal originada por el tráfico de droga? Es posible que ambas cosas.”

Pero bien, no quiero entrar en refutaciones y voy a limitarme a transcribir dos páginas fundamentales de la autobiografía “Mi Vida”, porque reseñan una experiencia vital del tiempo en que Bill Clinton es previsible no soñara con llegar a la presidencia. Se trata de dos episodios que uno, al leerlos, piensa que podrían ser triviales o quizás corresponder a una preocupación teológica, uno de ellos, y el otro, de un género distintos, como lo es el sentimental. Veamos:

“Pág. 195 Una noche me subí a un autobús hacia la Universidad de Lumumba para cenar con Nikky y algunos amigos suyos. Uno de ellos era una mujer haitiana llamada Héléne cuyo marido está estudiando en París. Tenía una hija que estaba viviendo con él. No tenía dinero para viajar, y no se habían visto en caso dos años. Cuando me fui de Rusia unos días después, Héléne me regaló uno de esos típicos sombreros de piel rusos. No era muy caro, pero ella no tenía dinero. Le pregunté si estaba segura de que quería dármelo. Respondió: “Sí. Fuiste amable conmigo y me has dado esperanza”. En 1994, cuando era presidente y tomé la decisión de derrocar al dictador militar de Haití, el general Raoul Cédras, y devolver el poder al presidente democráticamente elegido, Jean-Bertrand Aristide, pensé en aquella buena mujer, por primera vez en muchos años, y me pregunté si alguna vez había logrado volver a Haití.”

Esto ocurrió en Moscú.

Vamos a ver lo del vudú, ya en Puerto Príncipe:

“Pág. 273: La religión y la cultura del vudú me interesaron particularmente, pues había aprendido algo acerca de ello en Nueva Orleans; era de un culto que en Haití con el catolicismo. 

El nombre de la religión tradicional haitiana procede el dialecto fon de Benín, en África occidental, donde se originó el vudú. Significa “Dios” o “espíritu”, sin las connotaciones de magia negra y brujería que se le atribuye en muchas películas. El principal ritual del vudú es un baile durante el que el espíritu posee a los creyentes. El día más interesante del viaje fue cuando tuve la ocasión de asistir a una ceremonia vudú en directo. El contacto de David en el Citibabk de Port-au-Prince se ofreció a acompañarle, y también a Hillary y a mí, a un pueblecito cercano para que conociéramos a un sacerdote vudú muy original. Max Beauvoir se pasó quince años en el extranjero estudiando en la Sorbona de París y trabajando en Nueva York. Tenía una preciosa esposa francesa de pelo rubio y dos hijas pequeñas muy inteligentes. Fue ingeniero químico hasta que su abuelo, un sacerdote vudú, le escogió en su lecho de muerte para que le sucediera. Max era creyente así que lo hizo, aunque sin duda fue un reto para su esposa francesa y sus hijas, de costumbre occidentales.

Llegamos a la última hora de la tarde, una hora antes de que empezara la ceremonia del baile. Max permitía que los turistas asistieran al ritual pagando una entrada, así sacaba algo de dinero con el que cubrir parte de los gastos. Nos explicó que en el vudú, Dios se manifiesta a los humanos a través de los espíritus que representan a las fuerzas de la luz y de la oscuridad, del bien y del mal, y que conviven en un cierto equilibrio. Después de que Hillary, David y yo termináramos nuestro breve curso de teología del vudú, nos escoltaron de nuevo a un claro y nos sentaron con otros invitados que habían venido a ver la ceremonia en la que se invoca a los espíritus y estos poseen los cuerpos de los creyentes durante el baile. Después de unos minutos de rítmicos movimientos al son de los tambores, llegaron los espíritus y tomaron el cuerpo de un hombre y de una mujer. El hombre se frotó una antorcha ardiendo por todo el cuerpo y caminó sobre ascuas sin quemarse. La mujer, en pleno frenesí, gritaba repetidamente; luego agarró un pollo vivo y le arrancó la cabeza de un mordisco. Finalmente, los espíritus se fueron y los poseídos cayeron al suelo, exhaustos.

Unos años después de presenciar aquella extraordinaria escena, un científico de la Universidad de Harvard llamado Wade Davis, que estaba en Haití en busca de una explicación al fenómeno de los zombis, o muertos vivientes, fue también a ver a Max Beauvoir. Según cuenta en su libro El enigma zombi, con ayuda de Max y de su hija, Davis logró desentrañar el misterio de los zombis, que aparentemente mueren y se levantan de sus tumbas de nuevo. Estos, como castigo por algún tipo de crimen, toman una dosis de veneno elaborado por una sociedad secreta. El veneno, la tetrodotoxina, se extrae del pez globo, y en dosis adecuadas es capaz de paralizar el cuerpo y reducir la respiración a niveles tan bajos que incluso los médicos creen que la persona a la que examinan está muerta. Cuando pasa el efecto del veneno, el individuo simplemente se despierta. Se conocen casos similares en Japón, donde el pez globo es un manjar si se prepara debidamente; de lo contrario, al ser muy venenoso, puede causar la muerte.

Describo mi breve incursión en el mundo del vudú porque siempre me han fascinado la forma en que las distintas culturas tratan de buscar un sentido a la vida y a la naturaleza, y la creencia, prácticamente universal, de que hay una fuerza espiritual no corpórea que actúa y que está presente en el mundo desde antes de que apareciera el hombre, y que seguirá aquí cuando nosotros nos hayamos extinguido. La noción de la manifestación de Dios en la religión haitiana es muy distinta de lo que creen la mayoría de cristianos, judíos o musulmanes, pero sus experiencias documentadas ciertamente confirman el viejo dicho de que los caminos del Señor son inexcrutables.”

A manera de conclusión me quiero referir, así sea brevemente, al hecho de lo cambiantes que son las circunstancias y cómo nosotros, que fuimos llevados al borde mismo del naufragio, nos hemos encontrado con que la mar revuelta por donde se nos llevaba, casi de repente se tornó menos tormentosa, todo porque en el centro del poder mundial han ocurrido acontecimientos inverosímiles, pues, como si fuera otra tormenta mayor ha aparecido un presidente norteamericano que ha fundado sus desafíos a los intereses más poderosos de la tierra, enarbolando entre sus más audaces banderas la de un celo nacionalista enorme por la conservación de los fueros territoriales y jurídicos de su gran nación, actitud ésta que la resume en un breve lema: “American First”. 

Se trata de un gobernante que fue capaz de advertir en su campaña presidencial que la ONU estaba plagada de tecnócratas que se la pasaban en cosas inútiles y si mal no recuerdo les llamó “unos bebe café”.

Es para no creerlo, pero para nosotros los dominicanos en las posiciones del presidente Trump parece que hemos encontrado una repetición providencial, que nada tendría que envidiar a la aparición de aquel glorioso Senador que fuera Charles Summer, quien en el siglo diez y nueve salvara nuestra independencia, por lo que la gratitud nacional ha resultado inextinguible.

Ahora, cuando los patíbulos de los Pactos de ONU se han diferido, ojalá que para siempre, lo que falta por hacer corresponde a nosotros para sellar esa grieta de los peligros letales de la patria. 

Debo terminar. Lo haré con una reflexión relativa a que esas dos inteligencias superiores de los Expresidentes norteamericanos, con sentimientos tan elevados y coincidentes acerca de la desventurada nación que aún se conserva en el marco de un Estado Fallido como percance mundial irremediable, pudieron haber alcanzado el triunfo final de sus propósitos redentoristas, siempre que en las elecciones del Norte, la no menos brillante Hillary Clinton hubiese resultado ganadora. 

Así, desde el Everest de poder que es Washington, la ejecución final de la República Dominicana hubiera podido asumir una suerte parecida, guardando rigurosamente las distancias, con aquella SOLUCION FINAL de la diabólica barbarie nazi contra el pueblo judío. Sólo el poder infinito de la Divina Providencia ha podido salvarnos.

Feliz año nuevo para todos los lectores de La Pregunta.

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